Microrrelato

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En esta ocasión debes crear tu propio microrrelato. Para ello, es conveniente que sigas los siguientes consejos:

  1. La extensión ha de ser muy breve.
  2. Puedes incluir en él alusiones a otros géneros, obras literarias o autores…
  3. Puedes hacer uso de la ironía y el humor.
  4. Incluye un final sorpresivo e ingenioso.
  5. Puedes ubicar elementos familiares dentro de espacios inesperados. Recuerda el microrrelato de Luna llena.
  6. El título es tan importante como el micro. A veces más.

Aquí tienes un ejemplo para que entiendas mejor la esencia de este género literario:

LAS PRISAS

Más tarde, con el tiempo, plantaremos un árbol pero, por ahora, pisa bien la tierra y pon encima aquellas macetas de allí. Tranquilízate ya y, por Dios, tapa bien esa mano.

El beso, Gustavo Adolfo Bécquer

EL BESO

Gustavo Adolfo Bécquer

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I

Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que no ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echose mano de la casa de Consejos; y cuando ésta no pudo contener más gente comenzaron a invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando a la postre por transformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy a referir, cuando una noche, ya a hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la Puerta del Sol a Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles, que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas.

Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como a distancia de unos treinta pasos de su gente hablando a media voz con otro, también militar a lo que podía colegirse por su traje. Éste, que caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía seguirle de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.

-Con verdad -decía el jinete a su acompañante-, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi, casi sería preferible arrancharnos en el campo o en medio de una plaza.

-¿Y qué queréis, mi capitán -contestole el guía, que efectivamente era un sargento aposentador-; en el alcázar no cabe ya un grano de trigo, cuanto más un hombre; de San Juan de los Reyes no digamos, porque hay celda de fraile en la que duermen quince húsares. El convento adonde voy a conduciros no era mal local, pero hará cosa de tres o cuatro días nos cayó aquí como de las nubes una de las columnas volantes que recorren la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros y dejen libre la iglesia.

-En fin -exclamó el oficial después de un corto silencio y como resignándose con el extraño alojamiento que la casualidad le deparaba-, más vale incómodo que ninguno. De todas maneras, si llueve, que no será difícil según se agrupan las nubes, estamos a cubierto, y algo es algo.

Interrumpida la conversación en este punto, los jinetes precedidos del guía, siguieron en silencio el camino adelante hasta llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la negra silueta del convento con su torre morisca, su campanario de espadaña, su cúpula ojival y sus tejados de crestas desiguales y oscuras.

-He aquí vuestro alojamiento -exclamó el aposentador al divisarle y dirigiéndose al capitán, que, después que hubo mandado hacer alto a la tropa, echó pie a tierra, tomó el farolillo de manos del guía y se dirigió hacia el punto que éste le señalaba.

Como quiera que la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los soldados que ocupaban el resto del edificio habían creído que las puertas le eran ya poco menos que inútiles, y un tablero hoy, otro mañana, habían ido arrancándolas pedazo a pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las noches.

Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar en el interior del templo.

A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento aposentador que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie a tierra a su gente, y, hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo.

Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada, en el altar mayor pendían aún de las altas cornisas los rotos girones del velo con que lo habían cubierto los religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la oscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres; escudos y largas inscripciones góticas; y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del crucero, se destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.

A cualquiera otro menos molido que el oficial de dragones; el cual traía una jornada de catorce leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado a ver estos sacrilegios como la cosa más natural del mundo, hubiéranle bastado dos adarmes de imaginación para no pegar los ojos en toda la noche en aquel oscuro e imponente recinto, donde las blasfemias de los soldados que se quejaban en alta voz del improvisado cuartel, el metálico golpe de sus espuelas que resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento, el ruido de los caballos que piafaban impacientes, cabeceando y haciendo sonar las cadenas con que estaban sujetos a los pilares, formaban un rumor extraño y temeroso que se dilataba por todo el ámbito de la iglesia y se reproducía cada vez más confuso, repetido de eco en eco en sus altas bóvedas.

Pero nuestro héroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la vida de campaña, que apenas hubo acomodado a su gente, mandó colocar un saco de forraje al pie de la grada del presbiterio, y arrebujándose como mejor pudo en su capote y echando la cabeza en el escalón, a los cinco minutos roncaba con más tranquilidad que el mismo rey José en su palacio de Madrid.

Los soldados, haciéndose almohadas de las monturas, imitaron su ejemplo, y poca a poco fue apagándose el murmullo de sus voces.

A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraba por las rotas vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros, y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba, envuelto en los anchos pliegues de su capote a lo largo del pórtico.

II

En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria, lo mismo que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros del arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.

Los oficiales del ejército francés, que, a juzgar por los actos de vandalismo con que dejaron en ella triste y perdurable memoria de su ocupación, de todo tenían menos de artistas o arqueólogos, no hay para que decir que se fastidiaban soberanamente en la vetusta ciudad de los Césares.

En esta situación de ánimo, la más insignificante novedad que viniese a romper la monótona quietud de aquellos días eternos e iguales, era acogida con avidez entre los ociosos: así es que la promoción al grado inmediato de uno de sus camaradas; la noticia del movimiento estratégico de una columna volante, la salida de un correo de gabinete o la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad, convertíanse en tema fecundo de conversación y objeto de toda clase de comentarios, hasta tanto que otro incidente venía a sustituirlo, sirviendo de base a nuevas quejas, críticas y suposiciones.

Como era de esperar, entre los oficiales que; según tenían de costumbre, acudieron al día siguiente a tomar el sol y a charlar un rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra cosa que la llegada de los dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capítulo durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas de su viaje. Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba a interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, a quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo de colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las bocacalles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaina de acero, que resonaba arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.

Apenas le vio su camarada, salió a su encuentro para saludarle, y con él se adelantaron casi todos los que a la sazón se encontraban en el corrillo, en quienes habían despertado la curiosidad y la gana de conocerle los pormenores que ya habían oído referir acerca de su carácter original y extraño.

Después de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plácemes y preguntas de rigor en estas entrevistas; después de hablar largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes rodando de uno en otro asunto la conversación, vino a parar al tema obligado, esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el inconveniente de los alojamientos.

Al llegar a este punto, uno de los de la reunión que, por lo visto, tenía noticias del mal talante con que el joven oficial se había resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con aire de zumba:

-Y a propósito de alojamiento, ¿qué tal se ha pasado la noche en el que ocupáis?

-Ha habido de todo -contestó el interpelado-; pues si bien es verdad que no he dormido gran cosa, el origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio junto a una mujer bonita no es seguramente el peor de los males.

-¡Una mujer! -repitió su interlocutor como admirándose de la buena fortuna del recién venido; eso es lo que se llama llegar y besar el santo.

-Será tal vez algún antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle más soportable el ostracismo -añadió otro de los del grupo.

-¡Oh!, no -dijo entonces el capitán-; nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy, que no la conocía y que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera aventura.

-¡Contadla!, ¡contadla! -exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitán; y como éste se dispusiera a hacerlo así, todos prestaron la mayor atención a sus palabras mientras él comenzó la historia en estos términos:

-Dormía esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas de camino, cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado e incorporarme sobre el codo un estruendo, horrible, un estruendo tal, que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase a la oreja.

Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.

Renegando entre dientes de la campana y del campanero que la toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, a coger nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi imaginación y a ofrecerse ante mis ojos una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi a una mujer arrodillada junto al altar.

Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada e incrédula; el capitán sin atender al efecto que su narración producía, continuó de este modo:

-No podéis figuraros nada semejante, aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penumbra de la capilla, como esas vírgenes pintadas en los vidrios de colores que habréis visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.

Su rostro ovalado, en donde se veía impreso el sello de una leve y espiritual demacración, sus armoniosas facciones llenas de una suave y melancólica dulzura, su intensa palidez, las purísimas líneas de su contorno esbelto, su ademán reposado y noble, su traje blanco flotante, me traían a la memoria esas mujeres que yo soñaba cuando casi era un niño. ¡Castas y celestes imágenes, quimérico objeto del vago amor de la adolescencia!

Yo me creía juguete de una alucinación, y sin quitarle un punto los ojos, ni aun osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.

Antojábaseme, al verla tan diáfana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un espíritu que, revistiendo por un instante la forma humana, había descendido en el rayo de la luna, dejando en el aire y en pos de sí la azulada estela que desde el alto ajimez bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro, rompiendo la oscura sombra de aquel recinto lóbrego y misterioso.

-Pero…-exclamó interrumpiéndole su camarada de colegio, que comenzando por echar a broma la historia, había concluido interesándose con su relato -¿cómo estaba allí aquella mujer? ¿No le dijiste nada? ¿No te explicó su presencia en aquel sitio?

-No me determiné a hablarle, porque estaba seguro de que no había de contestarme, ni verme, ni oírme.

-¿Era sorda?

-¿Era ciega?

-¿Era muda? -exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los que escuchaban la relación.

-Lo era todo a la vez -exclamó al fin el capitán después de un momento de pausa-, porque era… de mármol.

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Al oír el estupendo desenlace de tan extraña aventura, cuantos había en el corro prorrumpieron en una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el único que permanecía callado y en una grave actitud:

-¡Acabáramos de una vez! Lo que es de ese género, tengo yo más de un millar, un verdadero serrallo, en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra disposición, ya que, a lo que parece, tanto os da de una mujer de carne como de piedra.

-¡Oh!, no… -continuó el capitán, sin alterarse en lo más mínimo por las carcajadas de sus compañeros-: estoy seguro de que no pueden ser como la mía. La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en su sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que lo cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor.

-De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.

-Por mi parte, puedo deciros que siempre la creí una locura; mas desde anoche comienzo a comprender la pasión del escultor griego.

-Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrás inconveniente en presentarnos a ella. De mí sé decir que ya no vivo hasta ver esa maravilla. Pero… ¿qué diantres te pasa?… diríase que esquivas la presentación. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Bonito fuera que ya te tuviéramos hasta celoso.

-Celoso -se apresuró a decir el capitán-, celoso… de los hombres, no…; mas ved, sin embargo, hasta dónde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, también de mármol, grave y al parecer con vida como ella, hay un guerrero… su marido sin duda… Pues bien…: lo voy a decir todo, aunque os moféis de mi necesidad… Si no hubiera temido que me tratasen de loco, creo que ya lo habría hecho cien veces pedazos.

Una nueva y aún más ruidosa carcajada de los oficiales saludó esta original revelación del estrambótico enamorado de la dama de piedra.

-Nada, nada; es preciso que la veamos -decían los unos.

-Sí, sí; es preciso saber si el objeto corresponde a tan alta pasión -añadían los otros.

-¿Cuándo nos reunimos a echar un trago en la iglesia en que os alojáis? -exclamaron los demás.

-Cuando mejor os parezca: esta misma noche si queréis -respondió el joven capitán, recobrando su habitual sonrisa, disipada un instante por aquel relámpago de celos-. A propósito. Con los bagajes he traído hasta un par de docenas de botellas de Champagne, verdadero Champagne, restos de un regalo hecho a nuestro general de brigada, que, como sabéis, es algo pariente.

-¡Bravo!, ¡bravo! -exclamaron los oficiales a una voz, prorrumpiendo en alegres exclamaciones.

-¡Se beberá vino del país!

-¡Y cantaremos una canción de Ronsard!

-Y hablaremos de mujeres, a propósito de la dama del anfitrión.

-Conque… ¡hasta la noche!

¡Hasta la noche!

III

Ya hacía largo rato que los pacíficos habitantes de Toledo habían cerrado con llave y cerrojo las pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y en lo alto del alcázar, convertido en cuartel, se oía el último toque de silencio de los clarines, cuando diez o doce oficiales que poco a poco habían ido reuniéndose en el Zocodover tomaron el camino que conduce desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitán, animados más con la esperanza de apurar las prometidas botellas, que con el deseo de conocer la maravillosa escultura.

La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.

Apenas los oficiales dieron vista a la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo amigo, éste, que les aguardaba impaciente, salió a encontrarles; y después de cambiar algunas palabras a media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lóbrego recinto la escasa claridad de una linterna luchaba trabajosamente con las oscuras y espesísimas sombras.

-¡Por quién soy! -exclamó uno de los convidados tendiendo a su alrededor la vista-, que el local es de los menos a propósito del mundo para una fiesta.

-Efectivamente -dijo otro-; nos traes a conocer a una dama, y apenas si con mucha dificultad se ven los dedos de la mano.

-Y, sobre todo, hace un frío, que no parece sino que estamos en la Siberia -añadió un tercero arrebujándose en el capote.

-Calma, señores, calma -interrumpió el anfitrión-; calma, que a todo se proveerá. ¡Eh, muchacho! -prosiguió dirigiéndose a uno de sus asistentes-: busca por ahí un poco de leña, y enciéndenos una buena fogata en la capilla mayor.

El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó a descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña que fue apilando al pie de las gradas del presbiterio, tornó la linterna y se dispuso a hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían, por aquí, parte de una columnilla salomónica; por allá, la imagen de un santo abad, el torso de una mujer o la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarascas.

A los pocos minutos, una gran claridad que de improviso se derramó por todo el ámbito de la iglesia anunció a los oficiales que había llegado la hora de comenzar el festín.

El capitán, que hacía los honores de su alojamiento con la misma ceremonia que hubiera hecho los de su casa, exclamó dirigiéndose a los convidados:

Si gustáis, pasaremos al buffet.

Sus camaradas, afectando la mayor gravedad, respondieron a la invitación con un cómico saludo, y se encaminaron a la capilla mayor precedidos del héroe de la fiesta, que al llegar a la escalinata se detuvo un instante, y extendiendo la mano en dirección al sitio que ocupaba la tumba, les dijo con la finura más exquisita.

-Tengo el placer de presentaros a la dama de mis pensamientos. Creo que convendréis conmigo en que no he exagerado su belleza.

Los oficiales volvieron los ojos al punto que les señalaba su amigo, y una exclamación de asombro se escapó involuntariamente de todos los labios.

En el fondo de un arco sepulcral revestido de mármoles negros, arrodillada delante de un reclinatorio, con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de una mujer tan bella, que jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la fantasía más soberanamente hermosa.

-En verdad que es un ángel -exclamó uno de ellos.

-¡Lástima que sea de mármol! -añadió otro.

-No hay duda que, aunque no sea más que la ilusión de hallarse junto a una mujer de este calibre, es lo suficiente para no pegar los ojos en toda la noche.

-¿Y no sabéis quién es ella? -preguntaron algunos de los que contemplaban la estatua al capitán, que sonreía satisfecho de su triunfo.

-Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido a duras penas, descifrar la inscripción de la tumba -contestó el interpelado-; y, a lo que he podido colegir, pertenece a un título de Castilla; famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama Doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que, si la copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo.

Después de estas breves explicaciones, los convidados, que no perdían de vista el principal objeto de la reunión, procedieron a destapar algunas de las botellas y, sentándose alrededor de la lumbre, empezó a andar el vino a la ronda.

A medida que las libaciones se hacían más numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso Champagne comenzaba a trastornar las cabezas, crecían la animación, el ruido y la algazara de los jóvenes, de los cuales éstos arrojaban a los monjes de granito adosados a los pilares los cascos de las botellas vacías, y aquellos cantaban a toda voz canciones báquicas y escandalosas, mientras los de más allá prorrumpían en carcajadas, batían las palmas en señal de aplauso o disputaban entre sí con blasfemias y juramentos.

El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.

Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera, y a través del confuso velo que la embriaguez había puesto delante de su vista, parecíale que la marmórea imagen se transformaba a veces en una mujer real, parecíale que entreabría los labios como murmurando una oración; que se alzaba su pecho como oprimido y sollozante; que cruzaba las manos con más fuerza que sus mejillas se coloreaban, en fin, como si se ruborizase ante aquel sacrílego y repugnante espectáculo.

Los oficiales, que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se encontraba sumergido y, presentándole una copa, exclamaron en coro:

-¡Vamos, brindad vos, que sois el único que no lo ha hecho en toda la noche!

El joven tomó la copa y, poniéndose de pie y alzándola en alto, dijo encarándose con la estatua del guerrero arrodillado junto a doña Elvira:

-¡Brindo por el emperador, y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer en su misma tumba a un vencedor de Ceriñola!

Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitán, balanceándose, dio algunos pasos hacia el sepulcro.

-No… -prosiguió dirigiéndose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida propia de la embriaguez-, no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival…; al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez quiero también ser generoso. Tú serías bebedor a fuer de soldado…, no se ha de decir que te he dejado morir de sed, viéndonos vaciar veinte botellas…: ¡toma!

Y esto diciendo llevose la copa a los labios, y después de humedecérselos con el licor que contenía, le arrojó el resto a la cara prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero.

-¡Capitán! -exclamó en aquel punto uno de sus camaradas en tono de zumba- cuidado con lo que hacéis… Mirad que esas bromas con la gente de piedra suelen costar caras… Acordaos de lo que aconteció a los húsares del 5.º en el monasterio de Poblet… Los guerreros del claustro dicen que pusieron mano una noche a sus espadas de granito, y dieron que hacer a los que se entretenían en pintarles bigotes con carbón.

Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia; pero el capitán, sin hacer caso de sus risas, continuó siempre fijo en la misma idea:

-¿Creéis que yo le hubiera dado el vino a no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca?… ¡Oh!… ¡no!…. yo no creo, como vosotros, que esas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día en que lo arrancaron de la cantera. Indudablemente el artista, que es casi un dios, da a su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extraña; vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.

-¡Magnífico! -exclamaron sus camaradas-, bebe y prosigue.

El oficial bebió, y, fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con una exaltación creciente:

-¡Miradla!… ¡miradla!… ¿No veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes?… ¿No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un fluido de luz color de rosa?… ¿Queréis más vida?… ¿Queréis más realidad?…

-¡Oh!, sí, seguramente -dijo uno de los que le escuchaban-; quisiéramos que fuese de carne y hueso.

-¡Carne y hueso!… ¡Miseria, podredumbre!… -exclamó el capitán-. Yo he sentido en una orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirviente como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi frente calurosa, beber hielo y besar nieve… nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol…. una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciéndome un tesoro de amor… ¡Oh!… sí… un beso… sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume.

-¡Capitán! -exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacia la estatua como fuera de sí, extraviada la vista y con pasos inseguros-, ¿qué locura vais a hacer? ¡Basta de broma y dejad en paz a los muertos!

El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos y tambaleando y como pudo llegó a la tumba y aproximose a la estatua; pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.

Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.

En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de piedra.

 

Texto narrativo

EL HOBBIT

J.R.R. TOLKIEN

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Bilbo parpadeó, y de pronto vio a los trasgos; trasgos armados de pies a cabeza, con las espadas desenvainadas, sentados a la vera de la puerta y observándolo con los ojos abiertos, observando el pasadizo por donde había aparecido. Estaban preparados, atentos, dispuestos a cualquier cosa.

Lo vieron antes que él pudiese verlos. Sí, lo vieron. Fuese un accidente o el último truco del anillo antes de tomar nuevo amo, no lo tenía en el dedo. Con aullidos de entusiasmo, los trasgos se abalanzaron sobre él.

Una punzada de miedo y pérdida, como un eco de la miseria de Gollum, hirió a Bilbo, y olvidando desenvainar la espada, metió las manos en los bolsillos. Y allí en el bolsillo izquierdo estaba el anillo, y él mismo se le deslizó en el dedo índice. Los trasgos se detuvieron bruscamente. No podían ver nada del hobbit.

Había desaparecido. Había desaparecido. Chillaron dos veces, tan alto como antes, pero no con tanto entusiasmo.

—¿Dónde está? —gritaron.

—¡Se volvió pasadizo arriba! —dijeron algunos.

—¡Fue por aquí! —aullaron unos—. ¡Fue por allá! —aullaron otros.

—¡Cuidad la puerta! —ordenó el capitán. Sonaron silbatos, las armaduras se entrechocaron, las espadas golpetearon, los trasgos maldijeron y juraron, corriendo acá y acullá, cayendo unos sobre otros y enojándose mucho. Hubo un terrible clamoreo, una conmoción y un alboroto.

Bilbo estaba de veras aterrorizado, pero tenía aún bastante juicio para entender qué había ocurrido, y para esconderse detrás de un barril que guardaba la bebida de los trasgos centinelas, y salir así del apuro y evitar que lo golpearan y patearan hasta darle muerte, a que lo capturasen por el tacto.

—¡He de alcanzar la puerta, he de alcanzar la puerta! —seguía diciéndose, pero pasó largo rato antes de que se atreviera a intentarlo. Lo que siguió entonces fue horrible, como si jugaran a una especie de gallina ciega. El lugar estaba abarrotado de trasgos que corrían de un lado a otro, y el pobrecito hobbit se escurrió aquí y allá, fue derribado por un trasgo que no pudo entender con qué había tropezado, escapó a gatas, se deslizó entre las piernas del capitán, se puso de pie, y corrió hacia la puerta.

La puerta estaba abierta, pero un trasgo la había entornado todavía más. Bilbo empujó, y no consiguió moverla. Trató de escurrirse por la abertura y quedó atrapado. ¡Era horrible! Los botones se le habían encajado entre el canto y la jamba de la puerta. Allí fuera alcanzaba a ver el aire libre: había unos pocos escalones que descendían a un valle estrecho con montanas altas alrededor: el sol apareció detrás de una nube y resplandeció más allá de la puerta; pero él no podía cruzarla.

De pronto, uno de los trasgos que estaban dentro gritó: —¡Hay una sombra al lado de la puerta! ¡Algo está ahí fuera! —

A Bilbo el corazón se le subió a la boca. Se retorció, aterrorizado. Los botones saltaron en todas direcciones. Atravesó la puerta, con la chaqueta y el chaleco rasgados, y brincó escalones abajo como una cabra, mientras los trasgos desconcertados recogían aún los preciosos botones de latón, caídos en el umbral.

Por supuesto, en seguida bajaron tras él, persiguiéndolo, gritando y ululando por entre los árboles. Pero el sol no les gusta: les afloja las piernas, y la cabeza les da vueltas. No consiguieron encontrar a Bilbo, que llevaba el anillo puesto, y se escabullía entre las sombras de los árboles, corriendo rápido y en silencio y manteniéndose apartado del sol; pronto volvieron gruñendo y maldiciendo a guardar la puerta. Bilbo había escapado.

ACTIVIDADES

  1. ¿Qué características narrativas observas en el texto? No las enumeres, crea una redacción donde las menciones y aporta ejemplos.
  2. ¿A qué tipo de novela actual pertenece este fragmento: amorosa, histórica, policíaca, negra, de ciencia ficción, de aventuras o de terror? Justifica tu respuesta.
  3. ¿Hay fragmentos descriptivos? Si es así, pon ejemplos.
  4. ¿Los diálogos que aparecen están en estilo directo o indirecto?
  5. Imagina una situación extrema de la que tengas que escapar. Crea un texto narrativo a partir de ella sin olvidar:
  • Incluir algún fragmento descriptivo.
  • Añadir diálogos.

Lectura inicial (unidad 2)

EL CORAZÓN DELATOR

Edgar Allan Poe

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Antes de leer el relato que tienes a continuación, analiza la imagen superior y comenta con tus compañeros todos los detalles que veas. Trata de imaginar de qué puede tratar el relato.

EL CORAZÓN DELATOR

Edgar Allan Poe

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: «No es más que el viento en la chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez». Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!


 

ACTIVIDADES

1. Explica el significado que tienen en el texto las palabras y expresiones siguientes:
cordura, entarimado, cauto, desmedida audacia, respiraba jadeante, aborrecible corazón.

 

2. Divide el texto en planteamiento, nudo y desenlace (indica las líneas o párrafos en los que se haya cada una de estas partes). Recuerda que en el planteamiento se presentan los hechos o los personajes y que el desenlace debe incluir el final de la historia.

 

3. Hay dos adjetivos, entre otros, que podemos aplicar al protagonista: paciente y astuto. Busca en el relato los fragmentos que confirmen esas dos cualidades.

 

4. Vuelve a leer los siguientes fragmentos donde se describe al personaje principal:

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

  • ¿Cómo se describe al personaje? ¿Es una descripción de los rasgos físicos o de los rasgos morales? Justifica tu respuesta con ejemplos.
  • En el primer párrafo hay una hipérbole. ¿Recuerdas en qué consistía esta figura literaria? Localízala en el texto. Pon ejemplos de hipérbole en tu vida cotidiana.

Tipos de textos (unidad 2): la descripción.

En esta unidad vamos a estudiar la descripción, que se define como aquel tipo de texto que enumera las características o rasgos de un ser, objeto, lugar, etcétera. 

Podemos distinguir dos tipos de descripción:

1) La objetiva, que es aquella en la que el emisor describe sin emitir opiniones ni expresar sentimientos. En otras palabras, es aquella en la que el que describe se ajusta a la realidad. Un buen ejemplo lo encontramos en este vídeo sobre el Sol:

Aquí hay numerosas descripciones objetivas, pues, en ningún caso, el emisor expresa lo que piensa o siente sobre el Sol. Se limita, simplemente, a decir sus características reales, aportando datos científicos.

2) La subjetiva, que es aquella en la que el emisor sí expresa sus opiniones o sentimientos sobre lo que va describiendo.

Recordáis todos este vídeo, ¿verdad?

En él se nos está describiendo un lunes, pero no lo hacen de una forma objetiva o científica. Si así fuera, nos dirían que el lunes es el primer día de la semana, que va justo después del domingo de la semana anterior y antes que el martes. Por el contrario, lo que nos dicen es que los lunes saben mal, que hace sueño, que no gustan… Nos están dando, a fin de cuentas, opiniones acerca de los lunes. Por eso mismo se trata de una descripción subjetiva.

Sucedía lo mismo en este poema de Gustavo Adolfo Bécquer:

El gran poeta sevillano nos describe la belleza de Julia Espín, una mujer de la que estaba enamorado, desde su punto de vista. En su poema, nos dice lo hermosos que a él le parecían sus ojos, sus labios, su rostro… Pero, por supuesto, aquella era su opinión. Al lado de estas líneas podéis ver una imagen de ella, y quizá no os parezca tan guapa como a Bécquer. Sin embargo, debido al amor que sentía por ella, él la veía como una mujer preciosa, y así nos lo deja caer en su descripción. Y es que Bécquer no buscaba ser preciso o científico a la hora de hablar de Julia: simplemente quería reflejar lo que sentía por ella mientras repasaba los rasgos de su rostro.

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Julia Espín

Veamos otro ejemplo más:

«Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.»

G.A. Bécquer, La ajorca de oro

 
Aquí Bécquer nos está describiendo a otra mujer, diciendo que es muy guapa, aunque de naturaleza malvada. No obstante, esa es simplemente la opinión que el autor tiene de ella, y no una verdad universal que todos compartiríamos. Quizá si alguno de nosotros conociéramos a esa chica, pensaríamos de manera diferente y nos parecería simpática, buena persona…
¿Y QUÉ CARACTERÍSTICAS LINGÜÍSTICAS POSEE UNA DESCRIPCIÓN? Distinguimos las siguientes:
A) Adjetivos, que son mucho más frecuentes en las descripciones subjetivas que en las objetivas. Valgan estos dos textos como ejemplos:
p-xavisepul-viejecilla

 

«La que tenía (…) por nombre Flora y por apodo la Burlada, cuyo origen y sentido se ignora, era una viejecilla pequeña vivarachairascibleparlanchina, (…) Sus ojuelos sagaceslagrimososgatunos, irradiaban la desconfianza y la malicia. Su nariz estaba reducida a una bolita roja, que bajaba y subía al mover los labios y la lengua en su charla vertiginosa

 

 YuanEmperorAlbumKhubilaiPortrait

 

«El gran Señor de Señores, Kublai Khan, es de altura regular, ni alto ni bajo, sino de estatura media. Es de complexión apropiada y constitución armónica. Tiene el rostro blanco rojo como una rosa, los ojos negros hermosos, la nariz bien formada colocada

 

B) Sustantivos, que son más habituales en las descripciones objetivas. Veámoslo en el siguiente ejemplo:

Sol

«El sol es una estrella que podría definirse como una inmensa bola de gas, ya que su radio alcanza los 695.500 km. Está constituida por una sucesión de capas cuyas temperaturas varían en función de la distancia respecto al centro. Por ejemplo, el núcleo incandescente supera los quince millones de grados, y la presión vale cien mil millones de veces la de la superficie de la Tierra

Si os dais cuenta, en este texto hay multitud de sustantivos, pero tan solo dos adjetivos (inmensa, incandescente), ninguno de los cuales, por cierto, revela la opinión del emisor sobre el Sol, sino que sencillamente expresan cualidades reales del mismo.

 

C) Verbos copulativos. En otras palabras,en las descripciones se emplean con asiduidad los verbos ser y estar. Fijaos en los tres ejemplos que os he puesto con anterioridad y os daréis cuenta de que, efectivamente, tanto «ser» como «estar» aparecen en todo momento.

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D) Verbos en tercera persona, ya estén en presente o en pretérito imperfecto de indicativo. Una vez más, mirad los ejemplos anteriores para descubrir que todos los verbos están escritos en tercera persona, ya sea del singular o del plural.

 

E) Recursos literarios, que son exclusivos de la descripción subjetiva. Veamos estos ejemplos extraídos del poema de Bécquer:

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                              «Es tu boca de rubíes»                                  
 
«Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta»
 
«broches de esmeraldas y oro
que un blanco armiño sujetan.»
Si entendiéramos literalmente estas palabras, Julia tendría flores brotando de las mejillas, unos labios plagados de piedras preciosas y, en vez de ojos, joyas hechas de oro y esmeralda. En otras palabras, Julia sería un verdadero monstruo. Sin embargo, lo que ha hecho aquí Bécquer es jugar con los recursos literarios y, más concretamente, con la metáfora. De este modo:
1.- Cuando habla de una boca de rubíes, lo que realmente quiere decir es que su boca, sus labios, son rojos.
2.- Cuando menciona a la rosa cubierta de escarcha en su mejilla, lo que está diciendo es que dicha mejilla es sonrosada y que la piel de su cara es blanca.
3.- Por último, resulta obvio que la mujer no tiene esmeraldas ni oro en los ojos. Al hablar de esmeraldas, en verdad se está refiriendo al color verde de las pupilas de ella. Por otro lado, cuando habla del oro, lo que quiere decir realmente es que el color de su pelo y sus pestañas es rubio. En consecuencia,entendemos, en este texto, que esmeralda = color verde y oro = rubio.
Aunque la metáfora es uno de los recursos que más se suele emplear en este tipo de descripciones, no es el único que se utiliza. Así, también podemos encontrar comparaciones (verdes como el mar), hipérboles (parecen, si enojadas // tus pupilas centellean, // las olas del mar que rompen // en las cantábricas peñas), anáforas… 

ACTIVIDADES

Lee el siguiente fragmento y contesta a las preguntas que se formulan más abajo:
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Una triste noche del mes de noviembre pude, por fin, ver realizados mis sueños. Con una ansiedad casi agónica dispuse a mi alrededor los instrumentos necesarios para infundir vida en el ser inerte que reposaba a mis pies. El reloj había dado ya la una de la madrugada, y la lluvia tamborileaba quedamente en los cristales de mi ventana. De pronto, y aunque la luz que me alumbraba era ya muy débil, pude ver cómo se abrían los ojos de aquella criatura. Respiró profundamente y sus miembros se agitaron con un estremecimiento convulsivo.

Quisiera poder describir las emociones que hicieron presa en mí ante semejante catástrofe, o tan sólo dibujar al ser despreciable que tantos esfuerzos me había costado formar. Sus miembros, eso es cierto, eran proporcionados a su talla, y las facciones que yo había creado me llegaron a parecer bellas … ¡Bellas! ¡Santo cielo! Su piel era tan amarillenta que apenas lograba cubrir la red de músculos y arterias de su interior; su cabello, negro y abundante, era lacio; sus dientes mostraban la blancura de las perlas … Sin embargo, esta mezcla no conseguía sino poner más de manifiesto lo horrible de sus vidriosos ojos, cuyo color se aproximaba al blanco sucio del de sus cuencas, y de todo su arrugado rostro, en el que destacaban los finos y negros labios.

Frankenstein, Mary W. Shelley

  1. ¿Qué clase de descripción se hace en el texto: objetiva o subjetiva? Justifica tu respuesta con ejemplos extraídos del texto.
  2. Relaciona los adjetivos que se utilizan para describir las siguientes partes del cuerpo:
  • Miembros
  • Piel
  • Pelo
  • Dientes
  • Labios
  • Ojos

3. ¿Cómo se sentía Frankenstein cuando consigue dar vida al ser inerte?

4. ¿Qué predominan más en el texto: los sustantivos o los adjetivos? ¿Eso qué quiere decir?
5. ¿Qué tipo de verbos aparecen en el texto? ¿En qué tiempo están?
6. ¿Aparecen recursos literarios? Localízalos.
7. Ahora que ya tienes claros los rasgos lingüísticos que aparecen en este fragmento, elabora una redacción donde expliques por qué este fragmento es descriptivo. Recuerda usar conectores.

¿Recuerdas los dos párrafos de la lectura inicial de esta unidad donde se describía el estado de ánimo del protagonista? Vuelve a leerlo y elabora una redacción donde justifiques por qué se trata de un texto descriptivo. Señala los rasgos lingüísticos que encuentres y pon ejemplos. No olvides usar conectores en tu redacción.

 

 

La lengua (unidad 2): el sintagma nominal.

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Ya vimos en la unidad anterior que el sintagma era una unidad de la lengua formada por una palabra o grupo de palabras que funcionan en torno a una que es el núcleo de dicho sintagma y que impone el nombre al grupo. Así, el sintagma nominal (SN) tiene como núcle un sustantivo, de ahí el nombre.

En esta unidad profundizaremos en la estructura del SN y para ello te propongo el siguiente esquema:

PRESENTACIÓN SINTAGMA NOMINAL

A continuación tienes algunos ejemplos de SN. Observa su estructura:

El bar del Instituto se llena en los recreos.

__  ____  _______________

Det  N         CN (Preposición + SN)

Un movimiento independentista surgió en el país.

___  ______________  __________________

Det         N                 CN (Adjetivo calificativo)


 

ACTIVIDADES

1º) Indica el núcleo de los siguientes sintagmas nominales y qué elementos lo acompañan:

  • La humedad del ambiente.
  • Este libro verde.
  • Un “oh” de decepción.
  • Un amante perfecto.
  • Los dos de siempre.
  • Un poco de agua.
  • Juan.
  • Lo dulce de su mirada.

2º)  Analiza los siguientes sintagmas nominales.

  • El famoso actor.
  • Las tres Marías.
  • La casa de los espíritus.
  • Las primeras nieves del invierno.
  • La hija de mi vecino.
  • Los dulces recuerdos del verano aquel.
  • Esos dos niños del pupitre de la izquierda.

3º)  Relaciona los siguientes sintagmas nominales con su estructura morfológica

correspondiente:

 

1. un disco                                                  A. Artículo + sustantivo

2. sus papeles                                            B. Pronombre.

3. una ciudad abandonada                       C. Adjetivo determinativo + sustantivo

4. nadie                                                      D. Adjetivo Det + sustantivo+ Adj. calificativo

5. aquellas canciones                               E. Adj. Det.+Adj.Calificativo+sustantivo+ adj. Cal.

6. su bella melena                                    F. Adj.det + adj. Calificativo+ sustantivo

7. aquellos maravillosos años                G Artículo + adj. Calificativo + sustantivo

8. nosotros

9. el coche granate

10. el hotel

 

4º)  Localiza los sintagmas nominales en las siguientes oraciones.

 

–   La vida allí siempre me ha resultado insoportable.

–   Todas mis vecinas de la urbanización acabaron muy hartas de vosotros.

–   Fibi, la perrita de mi amigo Raúl, comió tranquilamente todas las sobras del cumpleaños de su padre.

–   En la boda del sábado pasado la novia llegó adornada con un grande y bonito ramo de flores blancas.


 

Aquí tienes algunos ejercicios online para practicar.

En esta ficha tienes más ejercicios.

Refuerzo y ampliación (unidad 2)

 

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Pincha aquí para comprobar lo que sabes de esta unidad.


 

A continuación tienes un fragmento descriptivo de Nuestra Señora de París (1831), novela gótica del autor francés Víctor Hugo. En esta se relata la historia desventurada de Esmeralda la gitana y Quasimodo, más conocido como el jorobado de Notre Dame.

A continuación tienes un breve fragmento de cómo se ve a sí mismo Quasimodo y como esa visión contrasta con la que tiene de Esmeralda.

«Nunca, como ahora, había visto mi fealdad. Cuando me comparo con vos, ¡qué compasión siento de mí, pobre, desdichado monstruo! Decid: ¿verdad que os hago el efecto de una bestia? ¡Vos, en cambio, sois un rayo de sol, una gota de Rocío, un canto de pájaro!… ¡Yo soy una cosa horrenda, ni hombre, ni animal: un no sé qué, más duro, más pisoteado Y más deforme que un guijarro!»

Ahora contesta a las siguientes preguntas:

  1. ¿Se trata de una descripción objetiva o subjetiva? Justifica tu respuesta.
  2. ¿Qué rasgos lingüísticos presenta esta descripción? Pon ejemplos extraídos del texto.
  3. ¿Qué recursos o figuras literarias emplea el autor? Copia los fragmentos donde aparezcan y justifica tu respuesta.
  4. Busca en el texto sintagmas nominales con las siguientes estructuras:
  • Det (adjetivo determinativo) + núcleo.
  • Adyacente (adjetivo calificativo) + núcleo.
  • Núcleo (pronombre).
  • Det (artículo) + núcleo + adyacente (adjetivo calificativo).
  • Det (artículo) + núcleo + adyacente (sintagma preposicional).
  1. ¿Hay algún caso de tilde diacrítica en el fragmento? Indica cuál.

 


 

Lee ahora el siguiente poema de Pablo Neruda y contesta a las preguntas que se formulan más abajo:

NIÑA morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva,
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.

  1. ¿Se trata de una descripción objetiva o subjetiva? Justifica tu respuesta.
  2. ¿Qué rasgos lingüísticos presenta esta descripción? Pon ejemplos extraídos del texto.
  3. ¿Qué recursos o figuras literarias emplea el autor? Copia los fragmentos donde aparezcan y justifica tu respuesta.
  4. Busca en el texto sintagmas nominales con las siguientes estructuras:
  • Det (adjetivo determinativo) + núcleo.
  • Adyacente (adjetivo calificativo) + núcleo.
  • Det (adjetivo determinativo) + ady (adjetivo calificativo) + núcleo.
  • Det (adjetivo determinativo) + núcleo + adyacente (adjetivo calificativo).
  • Det (artículo) + núcleo + adyacente (sintagma preposicional)

5. ¿Hay algún caso de tilde diacrítica en el fragmento? Indica cuál.

Lectura inicial (unidad 1)

EL HOMBRE QUE VIVÍA EN UN AVIÓN EN MEDIO DE UN BOSQUE

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Bruce Campbell posa ante el avión que le sirve de hogar

En un bosque de Oregon (Estados Unidos), en medio de un espacio de unos 40.000 metros cuadrados, surge de pronto la imagen de un avión, un Boeing 727, que parece haber aterrizado entre los árboles. En realidad, se encuentra ahí por un motivo: es el hogar de Bruce Campbell, un ex ingeniero eléctrico que pasa seis meses al año viviendo en la aeronave.

En 1999 Campbell decidió embarcarse en una misión: evitar que aviones retirados terminaran en el desguace a base de reciclarlos en viviendas improvisadas. «Mi objetivo es cambiar el comportamiento de la humanidad con mi pequeña especialidad», le explicó a Reuters.

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Campbell tomó la decisión de adquirir el Boeing 727 tras conocer el caso de un peluquero de Mississippi que había adquirido un avión. A partir de ese momento, invirtió más de 160.000 euros y muchas horas de trabajo. Al principio, mientras restauraba el aparato, vivía en una caravana que acabó infestada de ratones. Entonces decidió mudarse al avión, a pesar de que distaba mucho de estar preparado para convertirse en un hogar.

A bordo lleva una vida modesta: duerme en un sofá, se lava en una ducha improvisada y se alimenta básicamente de comida enlatada y cereales. Periódicamente se encarga de limpiar el exterior del avión con agua a presión y mantener a raya la vegetación. Sin embargo, este modo de vida espartano, lejos de haberle desalentado, le ha animado a doblar la apuesta: ahora quiere comprar un 747 y trasladarlo a Japón, donde pasa la otra mitad del año.

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Cambpell ha creado una página web donde ofrece detalles de cómo se reconstruyen aviones para que sirvan de viviendas. En otros puntos como Texas, Costa Rica y Holanda se pueden encontrar más ejemplos. «Creo que la mayoría de las personas se apasionan con cosas raras en mayor o menor medida. Se trata de pasarlo bien», cierra.

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ACTIVIDADES

  1. ¿Por qué ha sido noticia Bruce Campbell?
  2. ¿Qué le llevó a plantearse dicha hazaña?
  3. ¿Cómo es su vida diaria?
  4. ¿Quién transmite la noticia? ¿Quién recibe la información?
  5. ¿Qué código se ha empleado para construir el mensaje? ¿A través de que medio, canal, te ha llegado el mensaje?

En las dos últimas preguntas aparecen algunos de los conceptos que vamos a trabajar en esta unidad: emisor, receptor, código, mensaje y canal. Enseguida ampliaremos la información.

Elabora una redacción de unas ocho líneas donde describas un lugar insólito en el que te gustaría vivir. Describe cómo sería allí tu día a día.